jueves, 9 de julio de 2015

LA OSCURIDAD TRAS EL RESPLANDOR.






LA OSCURIDAD TRAS EL RESPLANDOR
    Mi chabola se encontraba en medio de un inmenso paraíso, lleno de grandes árboles de todas clases y tamaños, todo ello atravesado por un gran río. Yo solía correr por los alrededores de casa jugando con mi perrita Luna y mi lagarto Verdi. Hacíamos un buen equipo. Cuando veíamos pelearse al gallo Pancho con los otros gallos y gallinas, mi perro corría para asustarlos. Nos divertíamos mucho. Mi hermano mayor le gustaría jugar conmigo pero tiene que acompañar a mi padre para ir a pescar y traer comida a casa. Yo ayudo a mi madre a recoger la choza, porque cada vez que llueve, las ramas que la cubren se destrozan. Lo que más me gustaba era ir al río en nuestra canoa, allí mi madre me lavaba porque según ella estaba sucio de jugar en el barro con luna y verdi.
    Una tarde que estaba jugando, llegó un hombre muy extraño preguntando por mi padre y mi hermano. Estuvo hablando con mi madre mucho rato. Después de cenar volvió y habló con mi padre. Yo oía decir algo de peligroso, pero que no teníamos que preocuparnos, que iríamos  a otro sitio que tendríamos de todo. No entendí nada, porque ¿Dónde podríamos ir, si aquí ya lo teníamos todo?. Ese hombre volvió muchas veces más con sus amigos. Todos iban vestidos iguales, eran muy raros.    
    Cada noche al acostarme mi madre me daba un beso de buenas noches y me decía que tenía que ser siempre valiente y fuerte, que mi corazón estuviera  siempre alegre.
Yo quería ser como mi padre y mi hermano, trabajar para traer comida  para todos nosotros, pero hasta llegar la edad adecuada, tendría que hacer lo que ahora estaba haciendo. Cuidar de mi madre y de la casa.
Vi aquellos hombres diferentes  varias veces hablar con la gente del poblado, ya casi me acostumbré a verlos por allí, con sus pantalones blancos y camisa blanca, tanto que ya no los veía raros.
    Recuerdo aquella noche, cuando me fui a dormir, estaba cansado porque había jugado mucho, pancho y luna se pelearon y tuve que luchar con ellos para separarlos, el pobre pancho casi se queda sin plumas. En medio de mi sueño, oí unos gritos y mis ojos se deslumbraron por la intensidad de una luz, pero esa luz no era la del sol, era de fuego. Sentí el brazo de mi hermano arrancarme de la cama. Cuando salimos, la luz y el calor me dieron de golpe sobre la cara. Todo a mi alrededor estaba ardiendo, esos enormes arboles, los animalillos, todos gritaban y corrían de un lado para otro. Mis padres al igual que el resto de vecinos miraban el espectáculo paralizados y aterrorizados. Miré a mi madre y vi que estaba llorando y cogida a la mano de mi padre. Les grité pero parecía que no me oían. Me solté de la mano de mi hermano y corrí a buscar a verdi y a luna. A verdi no lo pude encontrar, luna y yo corrimos a escondernos, no podía ver a todos los animales correr y ver como se quemaban, pancho corría entre las llamas al igual que las gallinas.
Hacía mucho calor, pero aguanté con luna escondido en mi cueva secreta del río. Tenía mucho calor y frío a la vez. No salí hasta que todo estuvo tranquilo, el miedo me tenía paralizado, creo que allí pasamos dos días y dos noches. Al salir el horror  estaba frente a mí. Todo lo que antes estaba verde y lleno de vida, ahora estaba negro y feo, aquel resplandor que cegó mis ojos lo ha convertido todo en oscuridad y desolación. De pronto me sentí extraño en medio de un mundo diferente del que yo solía jugar.
    Encontré a mis padres, preocupados y desesperados por mí, creían que había muerto en el gran incendio. Mi madre me abrazó y me dijo que ahora que yo había vuelto, nos iríamos a un lugar mucho mejor, donde los niños no trabajan y van a un sitio que se llama escuela.
Nunca pude entender aquel inmenso fuego y mucho menos, que pueda existir un lugar mejor, donde mi corazón  pueda estar alegre.


MARÍA PÉREZ-


Fotografia de Vicky Morenate Pérez.