Sé que estoy llegando a
casa por el bramido del río. De nuevo está fuera de su caudal regando prados y
huertos cercanos a él. Llevamos muchos días de lluvia en la montaña y eso lo
notamos en su caudal. Mi casa está cerca, pero nunca sus aguas la alcanzaron,
aunque si las hemos visto muy cerca.
Esta noche de nuevo estaré en mi hogar con mis
padres. Ellos estarán esperándome al calor de la chimenea que tenemos en la
cocina. Me encanta sentarme con ellos, mirar las montañas que nos rodean,
charlar de las historias nuevas y viejas del pueblo, y estoy segura que con
ellos está el tío Tomás, un vecino solitario que siempre está en casa. Yo lo
considero mi abuelo postizo, porque desde pequeña lo he visto con nosotros.
Al llegar me encuentro a mis padres sentados cerca de la
chimenea con caras preocupadas. Se alegraron mucho al verme, pero pronto noté
su preocupación.
-De nuevo el río se ha llevado el huerto y las gallinas del
corral. Dije yo.
Mi madre con una leve sonrisa me dijo que las gallinas
estaban en el gallinero y el huerto sí que estaba tapado por las aguas del río,
pero que eso no les preocupaba demasiado. Pronto eché de menos la presencia de
alguien.
-¿Donde está eL tío Tomás?
Sus caras se volvieron tristes y pensativas. Me di cuenta
que algo extraño sucedía. Mi padre me comentó que hacía ya varios días que no
iba por casa, que lo buscaban pero nadie sabía nada de él aunque en su casa la
luz seguía encendida y la radio puesta.
Al día siguiente busqué a mi amiga de siempre para que me
contara que nuevas había en el pueblo. La encontré sumida en una gran tristeza
debida a la situación angustiosa por la que estaba pasando. Su novio hacía
semanas que no venía a verla.
-No te preocupes, estará trabajando en la montaña y no podrá
bajar.
-No creo, él siempre tiene un rato para venir a verme. Sus
padres dicen que salió de casa y no saben nada de él. Aquí están pasando cosas
muy extrañas, la gente desaparece sin dejar rastro. Me fui a casa muy inquieta pensando en lo que me habían contado.
Pasaron los días y no apareció el tío Tomás ni
el novio de mi amiga. Las aguas de río parecían mas tranquilas, y pronto nos
dimos cuenta que la tienda del pueblo llevaba ya dos días cerrada. El tendero
salió para traer fruta fresca y no había vuelto. Mi pueblo es muy pequeño y
esto nunca había pasado, todos estábamos muy preocupados y asustados, nadie quería
salir solo por las noches, y en el bar decían que habían visto por las montañas
un hombre vagabundear, que no era vecino del pueblo.
Una tarde fui a buscar a mi amiga, y por el camino creí
notar la presencia de alguien que me miraba fijamente la nuca; me volví
sobresaltada pero no vi a nadie. Más adelante escuché pasos detrás de mí, con
una respiración acelerada. Mi corazón sí que estaba acelerado, aligeré el paso,
pero el ruido de unos pies cansados pero rápidos estaba cada vez más cercano.
Mi miedo era tan grande que no podía correr, estaba paralizada. De pronto una
mano grande y fría me tapó la boca, me arrastró y me metió en una vieja y
maloliente furgoneta. Pensé que allí se acababan mis días, me vino a la mente
la imagen de mis padres y me puse a gritar llamándolos. No sabía dónde iba, pero
a través de un sucio cristal podía ver que nos acercábamos a un lugar donde el río era tan grande que se
podía confundir con el ancho mar. Me bajó arrastrándome del pelo. Pude ver sus
pies que eran grandes pero torpes. Yo no dejaba de gritar y pedir ayuda, pero
de nada me servía, el bramido del rio era tan fuerte que nadie podría
escucharme. De pronto sus torpes pies tropezaron con el espeso follaje del
camino y en un descuido pude escapar de sus garras. Corrí como loca sin mirar
atrás hasta que llegué a un lugar donde había unos cazadores buscando sus
presas. Sentí que volvía a nacer cuando vi que eran unos vecinos del pueblo.
Cuando pude hablar les conté lo sucedido y nos volvimos a casa. Lloré con
fuerza al sentirme en los brazos de mi madre.
Al día siguiente se organizó la búsqueda y captura de este
sujeto por el lugar que yo estuve. Policías con perros rastreadores y un gran número de
voluntarios del pueblo estuvieron rastreando la zona todo el día hasta que por
fin los perros dieron con él.
Gritaba, como loco, diciendo que el río nos
tragaría a todos si no les ofrecíamos
más sacrificios de vidas humanas. Su mente estaba enferma desde que su hija
pequeña se la tragaran las aguas de este río. Pensaba que en las aguas había un
ser fantástico que necesitaba tener compañía, y que si él le regalaba vidas,
ella le devolvería la de su hija. Toda su violencia era la expresión de su
profunda tristeza y de su miedo.
Este hombre comenzó a recibir la ayuda médica necesaria, y
la normalidad volvió a mi pueblo.