Me lo contaban, pero no lo veía, ni siquiera me interesaba.
Mis juegos de niñez necesitaban toda mi atención. Eran tiempos felices. De
pronto crecí y empecé a ver cosas de aquellas que escuchaba. Ya empezaba a entender algo.
Empecé a sufrir en mis propias
carnes aquello que llamaban emigración, pero lo que nunca esperaba ni creí
encontrar es que cuando despertara de una vez de ese tiempo de adolescencia y
niñez, me encontrara con semejante patrimonio.
Resulta que me han dejado una
herencia de la que no puedo rechazar, ni siquiera luchar por pensar si la
quiero, si me interesa o no, la tengo y hay que aceptarla. Aquel fantasma que
de joven me rondó tantos años, ahora lo tengo instalado en casa y no lo puedo
echar. El fantasma de la emigración me persigue, es mi herencia y la odio, pero
nada puedo hacer. Día y noche me pregunto que por qué no hay un hueco para
todos, ¿Por qué el mundo parece estar en contra de ver a las personas
felices? ¿porque es tan difícil
encontrar tu lugar? Son muchos por qué y ninguna repuesta. Seguiré gastando
este legado que una sociedad o un mundo incontrolado ha decidido dejarme. Lo
gastaré con el paso de los años y solo pido que antes de que deje este mundillo
por el que andamos esta dichosa herencia se haya extinguido, y cada persona
encuentre su lugar en esta tierra donde todos tendríamos que tener nuestro
espacio.
MARÍA PÉREZ
GARCÍA