RECUERDOS DE MI
NIÑEZ
Soy una
mujer de 56 años de edad. Nací en un pueblo pequeño de la provincia de Granada
llamado Castilléjar. Muchas veces mis hijas me han preguntado que por qué no
escribo algo sobre mi niñez, porque, aunque parezca extraño, en estos cincuenta
y seis años la vida ha cambiado mucho. Muchas cosas de las que eran muy comunes
en mi niñez, ahora se ven como prehistórico. He pensado que ya que voy a contar
algo sobre esa época también lo haré en la jerga que se hablaba entonces en mi pueblo.
Yo era una
niña que según mi madre parece que tenía azogue, estaba siempre de un lado para
otro sin parar. Recuerdo la macoca que me dio un día porque jugando di un
traspajazo y esturreé todo lo que tenía el baleo. En ese momento di un rabotazo
y mi madre me dijo que parecía una pajuata, que mirara bien donde pisaba. Pero
la macoca me la llevé.
Me salí a la
calle y me fui al laero que había capota para coger y a mí me gustaba cogerla,
venderla y ganarme unas perrillas para después ir a comprarme una jícara de
chocolate. Entonces los chocolates tan solo nos daban cuando estábamos
enfermos, como premio por tomarnos la amarga medicina, y yo como me gustaban me
las ingeniaba para ganar perras y no tener que pedírselas a mi madre. Un día mi
amiga y yo nos fuimos a unos barrancos en busca de más capota, (se acercaba la
feria y necesitábamos dinero) y nos perdimos porque de una boja salió una bicha
fea de grande. Tanto corrimos que nos efarriamos laero abajo. Nuestro aspecto
ejalichao llamó la atención de unos zagales que estaban jugando con los perros.
Para reírse de nosotras nos lo futaron y tuvimos que salir ascape de
allí, pero gracias a una mujer que salió con su gallá y los pudo espantar.
-¡tuuba, deja las zagalas!.
Cuando
llegué a mi casa mi madre estaba enfolliná porque no sabía dónde me había ido.
Yo que seguía asustada me esjaznaté llorando y mi madre me dio un cálido abrazo
y un pedazo de pan con una buena engañifa por dentro. Cuando me la comí, y ya
me tranquilicé me entró una galbana que no podía tirar de mi cuerpo serrano,
pero mi madre seguía diciéndome que mi amiga y yo éramos dos lipendas buenas y
que tendría que recortarnos el ranzal.
Como nuestra
cueva estaba cerca del río, me gustaba irme a jugar con todos los demás niños y
niñas del barrio, en la siesta. Mi madre no quería que a esas horas yo me fuera
porque decía que iba a pillar un ojosol y me pondría enferma. Ella hacía que me
acostara y atrancaba la puerta con el tarugo para que no me fuera, pero cuando
se descuidaba, me iba al río. Aunque yo me preocupaba de no pillar un torazón
poniéndome un moquero con nudos en la cabeza. Mis amigas no hacían nada más que
guiscarme y yo terminaba por quitármelo. Recuerdo un día caluroso de verano que
me dio un faratute y mis compañeros me dieron agua del jarro que guardaba mi
padre en la barja. Como la barja estaba al sol y el agua dentro, cuando yo me
la bebí, al rato me dio una cagueta que me iba de varetas. Al final mi madre me
prohibió irme con mis amigas porque decía que eran unas pelaspigas.(persona
poco seria).
Recuerdo con alegría mi niñez, porque
fue feliz. Jugué en la calle al elástico, la ralluela, el dopi, las piolas, los
cromos, el pilla pilla, el escondite y muchos más. Los niños libres y sin
peligro jugando mientras los mayores se reunían para hacer trabajos a pionás
vueltas. Esa era la forma de pagar. Tú me ayudas, yo te ayudo. Se juntaban para
esfarfollar el panizo, para las matanzas y otras tareas donde reunirse era una
buena excusa para poder compartir chascarrillos, dichos y cuentos de abuelas.
Recuerdo cuando mi abuela iba a mi casa y en su faltiquera siempre llevaba
alguna buena sorpresa para mí, aunque fuera una naranja. Que esa era una de las
mejores, aunque cuando llevaba un azafate lleno de flores dulces también me
gustaba.
Cuando los
mayores terminaban de esfarfollar, solía coger los zuros y fabricarme una
muñeca. El pelo era el de las panochas, dos caricas para los ojos y su boca una
corteza fina de patata. Muchos fueron los ratos que yo jugaba con mis muñecas
de zuros. El año que los reyes me dejaron en mis zapatillas una muñeca grande
de plástico y con un vestido, mis
piernas me temblaban, estaba alucinando, fui la niña más feliz del
mundo.
MARÍA PÉREZ
GARCÍA
Fotografía de la voz del mundo