Sentada en mi habitación, con la mirada puesta en la
gente que paseaba bajo mi ventana contenta ante la proximidad de la Navidad,
mis recuerdos me llevaron a aquel duendecillo, que encontraba cuando mi ánimo
lo necesitaba en mis extraños viajes. Aquella vez, sólo llevaba conmigo una
mochila llena de ilusiones y esperanzas, que fui perdiendo por el camino.
Cuando
más sola y triste estaba, un pequeño duende me habló entre susurros. Sus
palabras eran de aliento, su apoyo me levantaba de mi caída y su cercanía
llenaba mi soledad. Éste pequeño personajillo iluminaba mi tristeza de tal
manera que me llenó mi mochila de luces de colores.
Ya
no me sentía sola estaba llena de luz, pero una frialdad recorrió mi cuerpo, la
noche era oscura y yo tenía frío. A lo lejos pude ver una llama que desprendía
calor, me acerqué y pude comprobar que su calor hacía desaparecer mi frío. La
puse en mi mochila, y continué mi camino.
Cansada
y hambrienta llegué a un pequeño pueblo donde el olor a pan recién hecho
impregnó mi cuerpo, y mi paladar ya podía disfrutar de su exquisitez. Cogí ese
aroma y llené mi mochila con saquitos de olor.
Continuaba
por mi sendero con la boca reseca y la piel fría. Pero, en ese momento llegué a
un precioso estanque lleno de agua cristalina, metí los pies y la frialdad de
su agua y la brisa, que acariciaba mi piel, me hicieron volver a la realidad, a
mi hogar.
En
mi patio tenía un árbol de ramas secas, pero desde ese día ese árbol dejó de
ser un palo seco para convertirse en un hermoso árbol de Navidad.
Saqué
de mi mochila las ilusiones y vestí ese arbusto con las luces de colores del
duende, cuando las miro me recuerdan que la luz es vida, y que en cada una de
ella está todo aquello que nosotros queremos conseguir, todo lo que no vemos, pero que de otra forma
lo sentimos, está ahí, su luz ilumina
nuestra tristeza y su cercanía llena nuestra soledad.
Llené
de velas mi casa, mi árbol, porque me dan la calidez que un día necesité, y dan calor a todos los que la necesitan,
mirando esa llama pienso que hará
desaparecer la frialdad de todos ante las miserias y desigualdades.
Saqué
los saquitos de olor y los sacudí por mi
balcón para preñar el ambiente de ese aroma a dulce que nos transporta a momentos
vividos.
Mi
rama seca ya no es solo un palo, ya es el árbol más bonito de Navidad, porque
está lleno de luz, ilusiones y recuerdos. Me hace pensar que las grandes
promesas se hacen esperar pero que al final llegan. No sé porqué elegí este mes
para poner todos estos sentimientos sobre
mi árbol, quizá porque el frío seco, el olor a humo en el ambiente de
los hornos cociendo ese pan, me hicieron abrir mi mochila y pensar que era el
momento de demostrar los sentimientos y abrir nuestra puerta a la esperanza de
que un día todo será mejor.
FELIZ NAVIDAD PARA TODOS.