LA PÍLDORA
AMARGA
El día
promete ser caluroso, el sol se ha levantado con un leve manto que cubre sus
dorados rayos, que conforme van pasando
las horas se están desperezando y apuntan a que hoy la temperatura será alta.
Yo estoy sentada en el porche de mi casa, frente a
un delicioso desayuno con frutas, tostadas y por supuesto ese café que hace que
empiece el día con energía. Cuando miro la taza donde he degustado ese fabuloso
café, mi mente me lleva a un recuerdo lejano de cuando yo era niña.
Recuerdo aquel desayuno que mi madre me preparaba
con tanto amor y cariño. Ella siempre me lo hacía así, pero en aquella ocasión
con más motivo, porque yo estaba atravesando una de esas enfermedades comunes
de los niños “el sarampión” creo
recordar. Yo era muy mala para tomarme
mis medicinas y mi madre se las ingeniaba como podía para que yo cumpliera con
las instrucciones del médico, de la mejor manera posible.
Todas las mañanas, me solía comer un plátano, porque
era mi fruta preferida, y mi madre tuvo la brillante idea de meter la dichosa
pastilla en el plátano. Este truco tuvo éxito un par de veces, pero nunca más,
porque aún recuerdo el sabor amargo en que de pronto se convirtió esa deliciosa
fruta.
Ahora tomándome mi café y mirando mi frutero
comprendo por qué nunca hay un plátano
entre mis frutas preferidas.
MARÍA PÉREZ GARCÍA
3/05/2012
jajaja... aquí queda escrito, cuidaremos no ponerte plátano en la macedonia... Hay que ver, con lo rico que está.
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