ENTRE
PENUMBRAS
Una habitación
con dos candelabros encima de un tocador del salón. Son las tres de la mañana,
las campanas del reloj están sonando.
Los candelabros tienen cada uno cinco velas, y están ya
casi la mitad apagadas, pero las otras siguen encendidas.
Pepita (madre de Rubén) las deja encendidas todas las
noches porque sabe que su hijo volverá tarde, y un poco pasado con el alcohol,
no quiere que dé tropezones con los muebles de la casa y despierte a su padre,
porque éste se enfada mucho cuando ve que viene bebido, le da por pegarle a él
y a ella si se pone en medio.
Cuando Rubén
entró en la casa, pasó por el salón para ir a su habitación. Al trasluz
de las velas, su silueta semejaba a una rama azotada por el viento, casi no
podía tenerse en pie. La claridad de las lamparillas que alumbraban sobre esos
candelabros, desvelaron la figura de un rostro desfigurado por una brutal
paliza. Él la observó durante unos instantes intentando equilibrarse en el
respaldo de una silla. ¡Jo, tío! ¡Qué
peo más grande llevo! ¡Estoy viendo la cara de esa puta en el sofá de mi casa!.
Pero si no puede ser, si la he dejado caos. ¡Cómo gritaba la muy cerda!, pero
nos lo hemos pasado pipa, por fin he
podido experimentar nuevas y fuertes sensaciones. ¡Qué alucine!
Pero su alucine no había terminado, la cara de su víctima
estaba por toda la habitación entre
penumbras. Rubén se volvía loco intentando borrar, esa maldita cara de
su mente. Daba tropezones y fuertes golpes a paredes y muebles. De nuevo sacó
su navaja, pensó que su faena la había dejado a medias y ya tenía que
terminarla.
Entre tanto barullo Pepita salió a la habitación
intentando calmar a su hijo, pero éste, ciego por la embriaguez y la rabia
acuchilló a Pepita.
Ésta cayó al suelo, y Rubén gritó ¡Joder, por fin acabo
contigo!
¡Muy bueno!
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