PÁJAROS
LIBERADORES
En la calle hace frío y
está nevando, pero el deseo de salir a pasear es más intenso que el frío. La
puerta está abierta, cojo el chal y los guantes y me dispongo a
satisfacer esa necesidad que siento. Caminando, mis pies me han llevado a mi
lugar favorito, la estación de tren. Me encanta estar ahí. Me gusta observar a
las personas con esas caras de alegría cuando llegan sus familiares o amigos, o
de desilusión cuando éstos no llegan. Sentada en el andén en un banco vacío
observo el ir y venir de las personas, cómo cada una de ellas lleva en su mente
sus propias preocupaciones e inquietudes. Hace ya unos años allí dejé yo las
mías.
La noche está cayendo,
siento frío, me arropo con mi negro chal y me acerco a un vagón de tren que
acaba de llegar. Casi sin darme cuenta me veo en un asiento cercano a la
ventana. Yo me encuentro muy cómoda y confortable allí, miro alrededor y veo a
familias con sus hijos, a jóvenes que hablan entre ellos y me sonríen cuando los miro, parece que lo estoy viendo a él con
su impecable uniforme y su petate. Siempre con esa agradable sonrisa en su
rostro. El tren se pone en marcha y siento una enorme satisfacción, no me quiero
perder ni un detalle de todo lo que pasa fuera de este tren, los paisajes, las
ardillas subiéndose en los árboles, que ya parecen algodones de feria por su
leve capa de nieve que los cubre. Pero de pronto algo interrumpe éste espectacular paisaje, unos enormes pájaros negros me siguen
a través del ventanal del tren, yo intento ignorarlos pero ellos me miran
fijamente y parecen que gritan mi nombre. Nadie parece fijarse en ellos.
El tren llega a la
próxima estación, pero está vacía, no hay pasajeros esperando, ni nadie baja,
pero yo puedo ver que él está esperándome y que me llama con una dulce voz, él
me hace señales con su mano, intento bajarme pero las puertas no se abren, pero
sí pude ver como los pájaros negros le están atacando, mientras él me llama
desesperadamente. No pude dejar de pensar que de nuevo podría perderle, no me
lo podía permitir. Nadie en ese vagón parecía oír mis gritos de desesperación
por salir de allí, todos estaban muy ocupados pensando en su propio mundo y en
sus preocupaciones, todos tenían caras y miradas de indiferencia.
En la siguiente
estación me bajé, no había mucha distancia entre las dos pero el frío y la
nieve ya eran bastante penetrantes y mi caminar se hacía lento y pesado, pero
yo tenía que llegar a esa estación, él estaba allí esperándome. Cuando estaba
caminando, un coche se paró a mi altura y su conductor me preguntó si me podía
ayudar. Con mucho gusto acepte su ayuda. Juan (así se llamaba el conductor) y
yo pronto establecimos una amena conversación, le estaba contando lo que me
pasaba y por lo que quería volver a esa estación. Pude comprobar que éste me
estaba mirando un poco extrañado, me decía que esa estación llevaba ya mucho
tiempo cerrada y que allí no había nadie, yo no quería hacerle caso, aunque él
me insistía que no fuera allí.
Cuando llegamos me bajé
del coche y me dirigí a toda prisa a encontrarme de nuevo con él. Pero el
tiempo y las casualidades iban en mi contra, corrí hacia él, pero de nada me
sirvió porque esos enormes pájaros revoloteaban a su lado y no me permitían
acercarme, el me extendía la mano y me llamaba. De pronto sentí una fría mano
en mi hombro y un ardiente pinchazo en mi piel.
Cuando abrí los ojos vi
a la madre María acariciándome el pelo al lado de mi cama, llamándome y
preguntándome que como había dormido. Pronto pude comprobar que de nuevo estaba
en la cruel realidad, entre aquellos grandes ventanales y rodeada de personas
con miradas vacías y tristes. Miro por la ventana pero ésta está empañada por
el frío helador de la noche, sin embargo allí estaban, esos pájaros negros
seguían a mi acecho.
Pronto comprendí que esa noche era la definitiva, por fin llegaría hasta él.
Pronto comprendí que esa noche era la definitiva, por fin llegaría hasta él.
Me siento cansada,
débil, casi no puedo oír los latidos de mi corazón, tic…tic...tic…tic
tiiiiiiiiiiiiii.
MARÍA PÉREZ GARCÍA.
19/03/2012