UN MARINERO EN LA ORILLA
Francisco y Dondina eran un matrimonio, de un pueblo de
pescadores en el norte de Galicia. Su mayor deseo era formar una familia con
hijos, pero ya llevaban unos años casados y éstos no llegaban. El cariño que
ambos se tenían, mantenían su esperanza viva. Francisco tenía una barca con la
que salía a pescar diariamente para traer el sustento a la casa. Dondina era
una ama de casa trabajando y teniendo a punto todos los días las redes para la
pesca. Un día se sintió muy mal y no pudo ir a la playa donde cosían las redes.
Decidió ir al médico porque aquel mal estar y mareos ya hacía tiempo que los
tenía.
Cuando
Francisco volvió a casa, Dondina lo esperaba con una amplia sonrisa y un papel
en la mano. Le dijo que ese niño que tanto deseaban ya estaba en camino. Él
continuaba día a día su labor y ella se cuidaba al máximo para la llegada de su
bebé.
Un catorce
de mayo llegó al mundo un hermoso niño, al que le pusieron de nombre Jesús,
Chus para los amigos.
Los años pasaron y el niño crecía
entre redes y barquillas, todos sabían que de mayor le gustaría ser pescador
como su padre. A su madre no le gustaba demasiado la idea de que su niño fuera
al mar, pero este disfrutaba yéndose con su padre en la barca.
Así creció, y su amor por la pesca
se quedó con él hasta hacer de éste su oficio.
Cada
atardecer la mujer, despedía a su marido y a su hijo en la orilla, con miedo en
el corazón, pues el mar no siempre era calmado y apacible. Francisco se sentía
muy orgulloso de poder trabajar con su hijo.
Aquella
tarde cuando embarcaron, ya el tiempo estaba revuelto y pronosticaban tormenta,
pero eso no los detenían. Era su trabajo y el pan de cada día. Estando en alta
mar, la tormenta llegó, el agua cada vez más brava, invadía su barca. Francisco
le gritaba a su hijo que achicara más rápido. Las olas eran tan grandes que la
barquichuela parecía una cascara de nuez. Padre e hijo estaban agotados. No era
la primera vez que el mar les demostraba su fuerza, pero esta vez todo parecía
distinto. Veían como se acercaba una gran ola entre las bravuras de las aguas y
el oscuro cielo que tan solo se iluminaba entre aquellos destellantes
relámpagos. Ellos se miraron aterrados, pero no por eso dejaron de achicar. Ya
estaba cerca esa gran montaña de agua, cuando de pronto la pequeña barca fue
engullida. Francisco y Chus se abrazaron, pero la fuerza de la tormenta arrancó
de los brazos del marinero a su hijo. Su esfuerzo fue en vano, pudo ver entre
relámpago y relámpago como su hijo se defendía de la furia marina, él hacía lo
mismo, pero siempre intentando acercarse a su hijo.
La tormenta fue fuerte pero no duró
mucho, pronto el viento cesó y las aguas se tranquilizaron. Francisco pudo
resistir agarrado a un madero que se cruzó en su lucha con las olas. Su grito
fue desgarrador:
-Chuuuuusss, Chuuuuuusss.
Estuvo
nadando hasta que ya no sabía si tenía brazos y cuerpo. No podía ver a su hijo.
Una barca amiga lo recogió exhausto y desvalido.
Cuando llegaron
a puerto, su mujer lo esperaba con las manos y brazos abiertos y una mirada
esperanzadora. Lo abrazó y besó, pero pronto lo separó de ella para buscar a su
hijo entre los que se bajaban de la barca. No podía verlo, no lo encontraba.
Volvió a su marido y sacudiéndolo por los hombros le gritaba:
- ¿Dónde
está mi hijo? ¿Dónde está? Contéstame.
Francisco
quiso abrazarla, pero ella cayó desvalida de dolor.
Desde
entonces el matrimonio nunca fue igual. Dondina culpaba una y otra vez a su
marido por no cuidar y proteger a su hijo. Francisco cada tarde, cada día o
cada noche salía con su barca a buscar a Chus, pero nunca lo pudo encontrar.
Pasaron los años y él
seguía saliendo al mar. Cuando estaba en tierra se iba a la orilla, se sentaba
en la arena con la mirada fija en el horizonte. Su mirada estaba llena de
soledad, paciencia y espera. Había pasado tantos días y tantas noches solo en
el mar que ya él era un poquito de mar.
MARÍA PÉREZ GARCIA.14/04/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario