Mi vida ha sido un infierno a su lado. Tuve que luchar y
aguantar su violencia. No sé porque seguía con él. Quizás por que mi situación
económica no me permitía poder dar a mis hijos lo que necesitaban. Ahora sé que
me equivoqué, porque las escenas que ellos han vivido, nunca se borrarán de su
mente. Un idiota moral nos sometió a no solo, al maltrato físico pegándome
delante de ellos, sino también a humillaciones, acoso económico y maltrato
psicológico. Sin darme cuenta yo era su mejor aliada. Mi silencio lo hacía
poderoso. Era su cómplice involuntario.
Un día me pegó tanto que me dejó por muerta. Ya no sentía
dolor, solo la frialdad de un suelo mojado por mi propia sangre. El se fue. No
se el tiempo que pasó, pero noté una mano amiga que curaba mis heridas. Mis
heridas físicas. Nunca las del alma. Me ingresaron en un hospital y desde allí
puede alzar mi voz y ser escuchada. Por fin me di cuenta de que el silencio
consiente y la denuncia dice ¡BASTA!
Mi marido fue encarcelado por maltrato. No se por cuanto
tiempo. Así que nunca estoy tranquila. Nos tuvimos que cambiar de ciudad y
empezar una nueva vida. Tenía un trabajo, unos amigos y el cariño de mis hijos.
Aquel domingo lluvioso de otoño pensé que me levantaría tarde
arrebujada entre mis sábanas. De repente un ruido me sobresaltó. Era la puerta
de la calle. ¿Habrá conseguido mi dirección? ¿Tendrá mis llaves?
-Hola mamá,
estoy en casa, hemos suspendido el viaje debido al mal tiempo.
Una leve y tranquilizante sonrisa dibujé en mi
rostro y seguí arropada en mis suaves y confortables sábanas.
MARÍA PÉREZ
GARCÍA
Marzo 2018.
Fotografia eldiario.net