La adolescencia siempre se vive y se recuerda como una etapa
de la vida en la que no estas contento ni conforme con nada. Sin embargo, para mí
fue la mejor de mi vida. Estaba con Isabella, una chica guapa, alegre y
derrochando frescura. Todos los veranos venía al pueblo a estar con los
abuelos. Ella vivía en Madrid, sus padres tuvieron que marchar en busca de un
futuro. Allí nació ella y sus hermanos. Cuando llegaba junio sus padres los mandaban
al pueblo a pasar el verano. Éramos mas que buenos amigos, desde pequeños
estuvimos juntos. El tiempo pasaba muy rápido cuando estaba con ella, los
veranos con sus largos días, para nosotros se hacían cortos. Nuestra niñez y
adolescencia la pasamos así, tres meses juntos y el resto unidos a través de
dulces cartas, que conforme crecíamos esas cartas eran de amor, claro y sincero.
Nos prometimos que un día nos juntaríamos sin importarnos el lugar. Cada vez
que junio llamaba a la puerta nuestras vidas brillaban como los colores del
arco iris. En los ojos de Isabella se podían ver unos puntitos brillantes donde
se reflejaban la alegría y la emoción de nuestro encuentro.
Aún recuerdo aquel día de septiembre cuando nos despedimos en
la cafetería de la estación. Pronto nos volveríamos a ver. Ella me dio la cinta
de su pelo para que no olvidara su perfume, yo le di la última rosa del rosal
para que no olvida la belleza de nuestro amor. Nuestras cartas seguían
manteniéndonos vivos y unidos, pero de pronto esas cartas no llegaban., y las
mías no eran contestadas. Algo pasaba. Me fui a Madrid en busca de ella, y me
llevé una sorpresa cuando me dijeron que Isabella se marchó con sus padres
fuera del país. ¿Porqué nunca me dijo nada? ¿Porque no me hablo de esos planes?
Miles de preguntas inundaban mi cabeza, pero yo no tenía repuestas para
ninguna. Volví a casa como alma en pena. Todo estaba triste y gris. Siempre
esperando una noticia, una carta, una señal. Si los abuelos vivieran ellos me
informarían, pero ni eso estaba a mi favor. Desapareció como una gota de agua,
pero nunca de mi corazón.
Los años pasaron y nunca mas supe de ella. Mi vida era
monótona. Un día sentado en aquella vieja cafetería algo me hizo levantar la
cabeza. Miré hacia la puerta y asombrado la vi entrar ¡Era ella! ¡Mi amor! Me precipité a su encuentro arrollando cuanto
había a mi paso. Cuando llegué a su lado cogí suavemente su mano sin dejar de
mirar sus ojos esperando ver en ellos los puntitos brillantes que siempre se
habían desprendido cuando estábamos juntos. No ocurrió así. En su mirada
asombrada solo puede leer: ¿Quién es esta persona? ¿Por qué se muestra tan
amble? Algo pasaba por su cerebro que no le permitía recordar nada. La
acompañaba una joven muy parecía a ella en su juventud. Me presenté como un
viejo amigo de la familia y la joven me dijo que era hija de Isabella, y que
estaba enferma. Han vuelto al pueblo después de la muerte de su marido para que
ella viva de una forma más tranquila.
Pedí a su hija que me
permitiera acompañarlas. Pensé que si paseábamos por los lugares donde fuimos
tan felices algo sucedería en su debilitado cerebro. La cogí de la mano y
recorrimos juntos nuestros maravillosos paseos. Le corté una rosa y se la di,
de pronto vi como un rallo de luz en su mirada. Entendí que algo había
sucedido. Mi mano y la suya unidas, se que no me recuerda, pero mi cariño le llegará a lo mas hondo de su ser. La ternura y el afecto nunca se olvida y
yo le ayudaré a recorrer este duro camino, porque ella siempre será mi amor y
así se lo haré entender. Ella será siempre Isabella.
MARÍA PÉREZ GARCÍA
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