Mi niñez la recuerdo junto a un río limpio y cristalino.
Con unos amigos que jugábamos sin temor en las calles. En los correntales de
éste pescábamos cangrejos, peces y nos entreteníamos jugando y pillando
renacuajos. Había mucha vida en esas claras aguas. No había bolsas ni basura
que lo ensuciaran.
Recuerdo cuando llegó el hombre que recogía la basura.
Matías se llamaba. Los niños hasta nos reíamos del él porque llevaba un mulo y
un carro para recogerla. Nadie entendía para que quería el pueblo ese servicio.
-Qué tontería, el
ayuntamiento no sabe donde echar el dinero. Comentaban los corros del pueblo.
La verdad es que no había basura que recoger. Todo era reciclado y aprovechado,
las patatas pequeñas para los animales, las mondas de éstas también los
desperdicios de las frutas iban al corral para que las gallinas se las comieran
y pusieran buenos huevos. Cuando íbamos a la tienda a comprar era con la
capaza. Todo era a granel o envuelto en papel de estraza.
El lechero pasaba por las casas para repartir la leche de sus vacas. Recuerdo cuando cada mañana llegaba a la puerta de casa y salía con mi cazo para que él me echara un litro o medio, según la necesidad del día.
El lechero pasaba por las casas para repartir la leche de sus vacas. Recuerdo cuando cada mañana llegaba a la puerta de casa y salía con mi cazo para que él me echara un litro o medio, según la necesidad del día.
Poco a poco fue llegando el tren del progreso. Todo estaba
cambiando y muy rápido, ya no necesitaba llevar la capaza para los mandados. Ya
te daban bolsas. A mí me gustó este cambio porque no me gustaba nada dicho
recipiente, la bolsa estaba mucho mejor.
Los fideos, el azúcar, el arroz, la sal y muchas cosas mas
ya venían en envases. Nos encantaba ir a la tienda y verlo todo envasado. Era
mucho mas cómodo.
Pronto a Matías se le quedó pequeño su carro y su mula. Ya
era una necesidad que alguien se llevara todo lo que en las casas se tiraba.
Llegó el progreso y con el los problemas de contaminación,
este tren pasó por todos los lugares y personas y todos nos montamos en él.
Ahora ya es difícil bajarse y volver a la capaza, a las cosas a granel, al
papel de estraza. Ya el río no es cristalino, no tiene peces, ni cangrejos ni
renacuajos con los que jugar. El triste silencio de las noches de verano sin
escuchar el croar de las ranas hace daño a los oídos que una vez los
escucharon.
Cambiar será difícil porque es mas cómodo, pero si no
frenamos este tren nos llevará a estrellarnos y ahogarnos en nuestra propia
basura.
MARÍA PÉREZ GARCÍA
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