Intento
morderme la lengua para no escupir palabras que pueden herir incluso al viento.
No soporto la violencia. Te lleva a un miedo que paraliza, que roba vidas, que hay
dolor en cada esquina, en cada paso. La vida nos quita y nos da, pero, el
rencor y la codicia solo quita. Te roba tu confort, tu libertad, tu hogar.
Hogares abandonados. Tan solo te llevas la tristeza, el miedo y la desolación
como equipaje.
Así salimos
mi marido, mi hija, mi gato y yo. Adiós al pasado, al presente y a un futuro
que nada ni nadie me asegura. Pasamos varios días entre gente asustada y
desconcertada, como nosotros. Trenes abarrotados de miedo. Largas colas para
poder acceder a unos de ellos. Varios días caminando entre frío, lluvia y
nieve. En nuestro camino vimos a lo lejos una casa y pensamos refugiarnos en
ella. Un techo, aunque sea con goteras y sin ventanas ya nos parecía un lujo.
En minutos se puede pasar del todo al nada. Intentamos encender un fuego para calentarnos,
pero poco había por allí. En una de las habitaciones había un armario viejo con
puertas desencajadas. Pensé que nos podría servir. Me acerqué y antes de
arrancar la puerta miré en su interior con la esperanza de encontrar alguna
manta o abrigo. Cuando lo abrí me encontré con la triste mirada de su antiguo
dueño, muerto hace cincuenta años.
Fue en la
última guerra entre hermanos. Su miedo lo llevó a cobijarse en aquel armario
repleto de recuerdos. Quiso protegerlos con su vida. Me miró y me dijo que
fuera fuerte, que no desesperara. Me ofreció todo su tesoro en forma de mantas
y abrigos. Unas joyas dada la situación.
Allí
pasamos la noche, y los días siguientes, pero el hambre nos hizo abandonar
también esa especie de hogar. Al salir volví al armario, lo abrí y reapareció
de nuevo esa mirada triste, muy parecida ya a la mía, deseándome suerte y mucho
valor.
MARÍA
PÉREZ GARCÍA 08/03/2022
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