lunes, 25 de junio de 2012

La Píldora Amarga


LA PÍLDORA AMARGA
El  día promete ser caluroso, el sol se ha levantado con un leve manto que cubre sus dorados rayos,  que conforme van pasando las horas se están desperezando y apuntan a que hoy la temperatura será alta.
Yo estoy sentada en el porche de mi casa, frente a un delicioso desayuno con frutas, tostadas y por supuesto ese café que hace que empiece el día con energía. Cuando miro la taza donde he degustado ese fabuloso café, mi mente me lleva a un recuerdo lejano de cuando yo era niña.
Recuerdo aquel desayuno que mi madre me preparaba con tanto amor y cariño. Ella siempre me lo hacía así, pero en aquella ocasión con más motivo, porque yo estaba atravesando una de esas enfermedades comunes de los niños “el sarampión” creo recordar.  Yo era muy mala para tomarme mis medicinas y mi madre se las ingeniaba como podía para que yo cumpliera con las instrucciones del médico, de la mejor manera posible.
Todas las mañanas, me solía comer un plátano, porque era mi fruta preferida, y mi madre tuvo la brillante idea de meter la dichosa pastilla en el plátano. Este truco tuvo éxito un par de veces, pero nunca más, porque aún recuerdo el sabor amargo en que de pronto se convirtió esa deliciosa fruta.
Ahora tomándome mi café y mirando mi frutero comprendo por qué  nunca hay un plátano entre mis frutas preferidas.


MARÍA PÉREZ GARCÍA  3/05/2012

miércoles, 23 de mayo de 2012

Adolescencia robada

    Fran, estudiante de bellas artes, era un fanático de la fotografía. Había pensado participar en un concurso organizado por la facultad pero buscaba algo especial, lugares y situaciones fuera de lo común  Para ello  pensó en organizar una expedición a Marruecos con uno de sus mejores amigos.  Ese sería un lugar donde se podrían captar imágenes muy especiales,  y a la vez involucrarse en su cultura.
    Llegaron a Tánger  e instalaron su tienda de campaña cerca de una aldea. Los dos  se quedaron muy asombrados cuando vieron a los niños  acercarse a ellos para estrecharles  la mano, a la vez que pedían alguna moneda o regalo. Parecía que aquellos niños sucios y de ropa vieja, disfrutaban de su presencia. Fran y su amigo pronto entablaron conversación con la gente de esta pequeña aldea, y pudieron comprobar que eran muy pobres pero que tenían un corazón tan grande como el desierto. Lo poco que tenía lo ofrecían, y lo más valioso para ellos era su famoso té.
    Alim, vivía en una de esas tiendas con su hija Zakia de trece años. Una tarde invitaron a Fran al ritual del té, y éste  pudo comprobar cómo carecían de cosas, que a nosotros nos parecen imprescindibles. Ellos solo tenía unas mantas  en el suelo y una simple cocina para calentar el agua del té, pero ofrecían lo poco que tenía hoy, sin saber lo que iban a tener mañana.
   Zakia era una niña muy alegre y le gustaba conocer todo lo nuevo que pasaba a su alrededor, tenía un alma aventurera que ocupaba el primer plano de su personalidad.
   Al día siguiente de tomar un fabuloso té Fran obsequió a Zakia con una misteriosa cajita cerrada para que la abriera cuando llegara a casa.  Zakia  llena de curiosidad, corrió a su casa para abrir esa cajita. En ella iba una bonita fotografía suya, y una nota invitándola a que lo acompañara a captar el encanto del desierto al atardecer y el embrujo de su aldea.
    La tarde estaba cayendo, la luz era suave y misteriosa, Zakia salió para reunirse con él, pero algo interrumpió su camino, una mano fuerte la arrastró y la llevó a un desolador camino donde fue despojada de su pobre ropa, maltratada y violada. No podía creer lo que le estaba pasando, ella    sabía que su vida  se  había acabado. Cuando llegó a casa su padre la esperaba.  Pronto supo que tenía que buscar al violador  y casarla con él, porque eso era una “mancha” demasiado grande para el honor de  la familia.
    Abbud, era treinta años mayor que ella, pero eso no importaba, ella nada tenía que hacer ni que decir. Su padre se la ofreció a su violador sin pensar en nada más que en su honor:
-  ¿Es necesario que me venda a mi violador? Dijo Zakia con lágrimas en los ojos.
- Hija sabes que ésta es la única solución para la desgracia que ha caído en la familia.
Zakia fue arrancada de su casa para llevarla a los brazos de ese malvado hombre que le arrebató  su niñez. Ella no lo pudo soportar y a los pocos días se suicidó.
Fran, nunca olvidaría cómo aquella nota en una preciosa cajita cambió la vida de esta pobre niña, y también la suya, porque vio  la injusticia de una cultura que nunca podría entender.
Fran volvió con una buena cartera  de espectaculares imágenes del desierto y de sus gentes. Ganó el primer premio, pero en su mente  quedaba  la imagen más preciada para él, la de aquella niña llena de vida, que una tarde, le arrebataron su niñez y su vida con ella. Desde entonces Fran acompaña sus fotos de noticias como esa, para concienciar al mundo de la necesidad de luchar por los derechos humanos.




MARÍA PÉREZ GARCÍA.  20/05/2012

viernes, 27 de abril de 2012

Los Pájaros Liberadores






PÁJAROS LIBERADORES
    En la calle hace frío y está nevando, pero el deseo de salir a pasear es más intenso que el frío. La puerta está abierta,  cojo  el chal y los guantes y me dispongo a satisfacer esa necesidad que siento. Caminando, mis pies me han llevado a mi lugar favorito, la estación de tren. Me encanta estar ahí. Me gusta observar a las personas con esas caras de alegría cuando llegan sus familiares o amigos, o de desilusión cuando éstos no llegan. Sentada en el andén en un banco vacío observo el ir y venir de las personas, cómo cada una de ellas lleva en su mente sus propias preocupaciones e inquietudes. Hace ya unos años allí dejé yo las mías.
      La noche está cayendo, siento frío, me arropo con mi negro chal y me acerco a un vagón de tren que acaba de llegar. Casi sin darme cuenta me veo en un asiento cercano a la ventana. Yo me encuentro muy cómoda y confortable allí, miro alrededor y veo a familias con sus hijos, a jóvenes que hablan entre ellos y me sonríen cuando  los miro, parece que lo estoy viendo a él con su impecable uniforme y su petate. Siempre con esa agradable sonrisa en su rostro. El tren se pone en marcha y  siento una enorme satisfacción, no me quiero perder ni un detalle de todo lo que pasa fuera de este tren, los paisajes, las ardillas subiéndose en los árboles, que ya parecen algodones de feria por su leve capa de nieve que los cubre. Pero de pronto algo  interrumpe éste espectacular  paisaje, unos enormes pájaros negros me siguen a través del ventanal del tren, yo intento ignorarlos pero ellos me miran fijamente y parecen que gritan mi nombre. Nadie parece fijarse en ellos.
    El tren llega a la próxima estación, pero está vacía, no hay pasajeros esperando, ni nadie baja, pero yo puedo ver que él está esperándome y que me llama con una dulce voz, él me hace señales con su mano, intento bajarme pero las puertas no se abren, pero sí pude ver como los pájaros negros le están atacando, mientras él me llama desesperadamente. No pude dejar de pensar que de nuevo podría perderle, no me lo podía permitir. Nadie en ese vagón parecía oír mis gritos de desesperación por salir de allí, todos estaban muy ocupados pensando en su propio mundo y en sus preocupaciones, todos tenían caras y miradas de indiferencia.
    En la siguiente estación me bajé, no había mucha distancia entre las dos pero el frío y la nieve ya eran bastante penetrantes y mi caminar se hacía lento y pesado, pero yo tenía que llegar a esa estación, él estaba allí esperándome. Cuando estaba caminando, un coche se paró a mi altura y su conductor me preguntó si me podía ayudar. Con mucho gusto acepte su ayuda. Juan (así se llamaba el conductor) y yo pronto establecimos una amena conversación, le estaba contando lo que me pasaba y por lo que quería volver a esa estación. Pude comprobar que éste me estaba mirando un poco extrañado, me decía que esa estación llevaba ya mucho tiempo cerrada y que allí no había nadie, yo no quería hacerle caso, aunque él me insistía que no fuera allí.
Cuando llegamos me bajé del coche y me dirigí a toda prisa a encontrarme de nuevo con él. Pero el tiempo y las casualidades iban en mi contra, corrí hacia él, pero de nada me sirvió porque esos enormes pájaros revoloteaban a su lado y no me permitían acercarme, el me extendía la mano y me llamaba. De pronto sentí una fría mano en mi hombro y un ardiente pinchazo en mi piel.
    Cuando abrí los ojos vi a la madre María acariciándome el pelo al lado de mi cama, llamándome y preguntándome que como había dormido. Pronto pude comprobar que de nuevo estaba en la cruel realidad, entre aquellos grandes ventanales y rodeada de personas con miradas vacías y tristes. Miro por la ventana pero ésta está empañada por el frío helador de la noche, sin embargo allí estaban, esos pájaros negros seguían a mi acecho.
     Pronto comprendí que esa noche era la definitiva, por fin llegaría hasta él.
Me siento cansada, débil, casi no puedo oír los latidos de mi corazón, tic…tic...tic…tic tiiiiiiiiiiiiii.

MARÍA PÉREZ GARCÍA.
19/03/2012

miércoles, 4 de abril de 2012

Mi pueblo




Mi pueblo, Castilléjar de los ríos, como su nombre bien indica, está ubicada entre dos ríos, el río Galera y el río Guardal, esto hace que pueda disfrutar de una provechosa y verde vega sembrada de caudalosas acequias con las cuales se riegan sus cultivos.
Por otro lado podemos ver desolados cerros y barrancos. Éste paisaje es lo que parece inalterable a través de los tiempos, lo único reconocido. Ésta es una tierra desolada y pobre, la componen cerros y barrancos, tierra caliza surcada por estrechas veredas y caminos pedregosos por donde serpentean ganados y pastores en busca de algo de alimento. Su grandeza está en la simplicidad, sin adornos inútiles, sólo unos matorrales de seco esparto, en la luz, una luz asombrosa que le da un baño de misterio y de belleza, especialmente cuando el sol se aleja por el horizonte. Sus últimos rayos dan de frente a estos cerros y sale de ellos ese brillo salpiqueado de sus muchos espejuelos, brillan como joyas escondidas entre los matorrales despidiendo los últimos rayos de sol.
¡Cuánta curiosidad  me producía a mí aquellos destellos de luz sobre la rústica y seca tierra!, me parecía algo asombroso, tanto que hacía que me acercara a ellos  para poder comprobar por mí misma que sólo era un rayo de luz en un simple espejuelo.
Pero mi pueblo no es sólo unos cerros desolados, su dos ríos hacen que su paisaje se vuelva animado y tenga vida. Cada bancal, cada loma, cada vereda, cada acequia, cada uno tiene su nombre y dueño. Nombrar las cosas y desde luego, los pueblos equivale a conocerlos y recordarlos, tu pueblo muere cuando tú no lo recuerdas. Mi pueblo tiene suerte porque muchos lo recordamos. Sus callejuelas, sus pequeñas plazas y sus grandes espacios donde de pequeños jugábamos y corríamos.  La eras, ¡Qué nombre tan sugerente! En verano con gran actividad, porque allí se recolectaba el grano ya segado con el sudor y el trabajo de los nuestros, pero que aún tenían que recoger. Recuerdo aquellas parvas  de paja con sus espigas doradas y preñadas de grano, esperando ser separadas por un trillo y dos mulos, llevados y guiados por su dueño.
Ya nada queda de esto, sólo en nuestro recuerdo. Pero lo que sí queda inalterable a través de los tiempos es nuestro paisaje y nuestro amor por él.


MARÍA PÉREZ GARCÍA
4/04/2012.

lunes, 19 de marzo de 2012

Jueves lardero





JUEVES LARDERO
Yo vivía feliz en mi pueblo, con mi familia y mis amigos ajena a cualquier problema fuera de mi entorno. En la escuela yo era una adolescente más aunque no era de la misma raza que  mis compañeras, mi condición gitana no me impedía estar integrada con mis amigas, aunque es cierto que siempre había quien no quería estar a mi lado, pero eso a mí no me importaba. Cuando salíamos al recreo me juntaba con todas mis compañeras y nuestra mayor pasión era ir a ver a los niños al patio del al lado (porque entonces estábamos en patios diferentes) pero sobre todo, yo perdía los vientos por Carlos, un chico guapísimo, pero claro era payo. Nosotros lo íbamos a tener muy difícil. Yo le gustaba a él también y siempre nos juntábamos cuando podíamos, pero siempre en la escuela y con una alambrada por el medio. Yo era muy afortunada porque tuve la oportunidad de ir a la escuela, no todas las gitanas iban a la escuela, porque para nada nos serviría en el futuro.
Como todos los años por estas fechas que preceden a la Semana Santa, llega el señalado y esperado jueves lardero, todos los niños nos llevan al campo con nuestras meriendas, con lo mejor que cada uno podía llevar, y pasábamos el día en el campo todos juntos. Ese día nosotros lo aprovechamos para estar juntos sin nada que se interpusiera entre nosotros. Pasamos el mejor día de nuestra vida, aún sabiendo el peligro al que nos exponíamos.
Al día siguiente mis padres sabían que yo salía con un payo y la paliza que me llevé nunca la olvidaré, al mismo tiempo, ya nunca volvería a la escuela. Carlos hacía lo imposible para poder verme, pero mi familia nos  lo ponía muy difícil, pero nuestro amor no entendía de barreras y cuando ya se ha pasado el ecuador del invierno y las tardes se alargan, Carlos y yo nos veíamos a escondidas y disfrutábamos de cada momento como si se tratara del último. Pero esto pronto se acabó, una tarde nos encontraron mis hermanos y no tuvieron compasión con nosotros, nos pegaron hasta dejarnos medio muertos, y yo deshonrada por mi raza fui repudiada de mi familia para siempre. Carlos no tuvo mejor suerte, sus padres se lo llevaron lejos del pueblo y nunca más supe de él. Nuestro amor quedó roto y herido, yo nunca lo pude olvidar.
Ahora cincuenta años más tarde, aquí estoy sentada en una triste habitación compartida por otra anciana como yo. Fuera llueve y hace frío y por nuestra ventana veo a una nueva persona que entra a la residencia con un macuto en la mano. Yo me acerco a saludarla porque me gusta dar la bienvenida a mis compañeros, cuando lo miro, me fijo y veo que era él, era Carlos, el tiempo había hecho mella en él, pero yo pude reconocerlo. El me miró y no supo quién era yo. Su mente ya no reconocía ningún rostro familiar. Yo me propuse acercarme a él todos los días para hacerle compañía, pero hasta eso me lo prohibieron, él estaba en una fase diferente a la mía y yo no podía estar allí.
Ya solo me quedaba el consuelo de saber que estábamos los dos terminando nuestros días bajo el mismo  techo y respirando el mismo aire. Pero eso no me bastaba. Una noche me colé a su habitación y por unos instantes quise comprobar que sabía quién era yo, me acerqué y le susurré al oído: Nunca podrás saber cuánto lloré por ti, pero nunca te he olvidado, él me miró y me dijo: sí que lo sé gitana mía. Nos cogimos de la mano y los dos volamos alto, tan alto como que nos fuimos para siempre  juntos a aquel fabuloso jueves lardero.

MARÍA PÉREZ GARCÍA
29/02/2012.

martes, 6 de marzo de 2012

ENTRE PENUMBRAS


ENTRE PENUMBRAS
Una  habitación con dos candelabros encima de un tocador del salón. Son las tres de la mañana, las campanas del reloj están sonando.
Los candelabros tienen cada uno cinco velas, y están ya casi la mitad apagadas, pero las otras siguen encendidas.
Pepita (madre de Rubén) las deja encendidas todas las noches porque sabe que su hijo volverá tarde, y un poco pasado con el alcohol, no quiere que dé tropezones con los muebles de la casa y despierte a su padre, porque éste se enfada mucho cuando ve que viene bebido, le da por pegarle a él y a ella si se pone en medio.
Cuando Rubén  entró en la casa, pasó por el salón para ir a su habitación. Al trasluz de las velas, su silueta semejaba a una rama azotada por el viento, casi no podía tenerse en pie. La claridad de las lamparillas que alumbraban sobre esos candelabros, desvelaron la figura de un rostro desfigurado por una brutal paliza. Él la observó durante unos instantes intentando equilibrarse en el respaldo de una silla.  ¡Jo, tío! ¡Qué peo más grande llevo! ¡Estoy viendo la cara de esa puta en el sofá de mi casa!. Pero si no puede ser, si la he dejado caos. ¡Cómo gritaba la muy cerda!, pero nos lo hemos pasado  pipa, por fin he podido experimentar nuevas y fuertes sensaciones. ¡Qué alucine!
Pero su alucine no había terminado, la cara de su víctima estaba por toda la habitación entre  penumbras. Rubén se volvía loco intentando borrar, esa maldita cara de su mente. Daba tropezones y fuertes golpes a paredes y muebles. De nuevo sacó su navaja, pensó que su faena la había dejado a medias y ya tenía que terminarla.
Entre tanto barullo Pepita salió a la habitación intentando calmar a su hijo, pero éste, ciego por la embriaguez y la rabia acuchilló a Pepita.
Ésta cayó al suelo, y Rubén gritó ¡Joder, por fin acabo contigo!