martes, 22 de octubre de 2019

EL TREN DEL PROGRESO



Mi niñez la recuerdo junto a un río limpio y cristalino. Con unos amigos que jugábamos sin temor en las calles. En los correntales de éste pescábamos cangrejos, peces y nos entreteníamos jugando y pillando renacuajos. Había mucha vida en esas claras aguas. No había bolsas ni basura que lo ensuciaran.
Recuerdo cuando llegó el hombre que recogía la basura. Matías se llamaba. Los niños hasta nos reíamos del él porque llevaba un mulo y un carro para recogerla. Nadie entendía para que quería el pueblo ese servicio.
 -Qué tontería, el ayuntamiento no sabe donde echar el dinero. Comentaban los corros del pueblo. La verdad es que no había basura que recoger. Todo era reciclado y aprovechado, las patatas pequeñas para los animales, las mondas de éstas también los desperdicios de las frutas iban al corral para que las gallinas se las comieran y pusieran buenos huevos. Cuando íbamos a la tienda a comprar era con la capaza. Todo era a granel o envuelto en papel de estraza. 
El lechero pasaba por las casas para repartir la leche de sus vacas. Recuerdo cuando cada mañana llegaba a la puerta de casa y salía con mi cazo para que él me echara un litro o medio, según la necesidad del día.
Poco a poco fue llegando el tren del progreso. Todo estaba cambiando y muy rápido, ya no necesitaba llevar la capaza para los mandados. Ya te daban bolsas. A mí me gustó este cambio porque no me gustaba nada dicho recipiente, la bolsa estaba mucho mejor.
Los fideos, el azúcar, el arroz, la sal y muchas cosas mas ya venían en envases. Nos encantaba ir a la tienda y verlo todo envasado. Era mucho mas cómodo.
Pronto a Matías se le quedó pequeño su carro y su mula. Ya era una necesidad que alguien se llevara todo lo que en las casas se tiraba.
Llegó el progreso y con el los problemas de contaminación, este tren pasó por todos los lugares y personas y todos nos montamos en él. Ahora ya es difícil bajarse y volver a la capaza, a las cosas a granel, al papel de estraza. Ya el río no es cristalino, no tiene peces, ni cangrejos ni renacuajos con los que jugar. El triste silencio de las noches de verano sin escuchar el croar de las ranas hace daño a los oídos que una vez los escucharon.
Cambiar será difícil porque es mas cómodo, pero si no frenamos este tren nos llevará a estrellarnos y ahogarnos en nuestra propia basura.


MARÍA PÉREZ GARCÍA

sábado, 5 de octubre de 2019

LA AVENTURA DE LUNA




Soy miembro de una familia de tres hermanos y yo cuatro. Nacimos un 24 de septiembre por la tarde en el jardín de la casa, debajo de un bonito rosal. Aquella noche se desató una gran tormenta, el agua ya la teníamos casi al cuello. Mi madre no sabía ya que hacer para protegernos. Pronto vimos aparecer la dueña de la casa que nos dio cobijo dentro. Desde esa noche siempre nos hemos sentido protegidos por ella. Éramos cuatro lindos gatitos y mamá gata. Todos en casa estaban muy contentos con nosotros. Éramos muy graciosos y juguetones, en el campo nos lo pasábamos muy bien y estábamos muy felices.
Llegó la hora de volver a la casa del pueblo y nuestra dueña decidió llevarnos con ellos. Estaba contenta con todos nosotros, pero ya empezaba a pensar que éramos muchos para estar en casa. Cuando empezamos a comer por nosotros mismo, aunque aún necesitábamos la leche de nuestra madre, nuestra dueña decidió repartirnos entre la familia.
Llegó la primera candidata a elegir gatito, y claro yo era la mas bonita de todas mis hermanas, así es que me tocó salir la primera del nido materno. No me gustó nada, no quería separarme de mi madre ni de mis hermanas, pero la verdad es que al principio me gustó y salí tan contenta. Tengo alma de aventurera y pensé que viviría una aventura.
 Cuando llegué a mi nuevo hogar todo estaba preparado para recibirme. Una bonita cama de gatito, con unas suaves mantitas, comida muy buena y mucho mimo y cariño. Pensé que había tenido suerte, pero en el fondo yo necesitaba mis hermanas y mi madre. Pronto me volví arisca, no soportaba que me tocaran, que me mimaran y mucho menos que me tomaran como si yo fuera una bebé. Eso no lo quería. Siempre estaba con las uñas sacadas y enfadada. Para colmo me llevaron a un sitio donde siempre me hacían daño, siempre me pinchaban o me daban algo feísimo por la boca. Parece que se llama veterinario, pues yo lo odiaba. Por cierto, me pusieron de nombre Luna. Bueno un nombre muy común entre nosotros los gatos. Me gusta, de eso no tengo nada que decir. Mis hermanas se llaman Nea, Aria y el gatito que es Colillo.
Todos los días eran iguales, siempre en casa sin nada que hacer. Yo quería salir a la calle, jugar, correr con otros gatitos, quería ir con mis hermanos. Un día decidieron juntarnos de nuevo a todos, porque la verdad es que yo no paraba de maullar y maullar, mi nueva dueña tenía mucha paciencia conmigo, lo reconozco. Aquel día que fuimos todos juntos al campo, yo me asusté mucho, ya no los conocía, les quería pegar, arañar y salir de allí corriendo. Ya nada era igual.
Todas las noches me sacaban a pasear aprovechando que ellos sacaban la basura, pero una noche los despisté y me fui. Estuve andando y andando sin parar, no sé hasta donde llegaría, pero yo quería investigar, quería ver mas cosas. Al día siguiente me lo pasé muy bien. Vi otros gatos, intenté jugar con ellos, pero me pegaban. Bueno, no me conocen, pensé.
Pasaron varios días y ya la aventura no me gustaba tanto, tenía hambre y no tenía mi comida, ni mi agua, ni mi cómoda camita para dormir. Ya no me gusta mi nueva situación. Tuve que luchar para pillar algo de comida, me acerqué a casas donde lo único que recibía eran escobazos, los perros me perseguían, incluso más de uno me alcanzó con sus dientes y estuve bastante malita. No tenía consuelo de nada ni nadie. Tuve que cazar ratones, que asco, y comérmelos. Pasé mucha hambre y muchas calamidades, también malos tratos entre los propios gatos y de personas. Gracias a mi mal genio he podido sobrevivir.
Se que mi dueña estaba desconsolada por mi desaparición, me buscó por todas partes, puso letreros con mi foto por todo el barrio, y en ese sitio donde tanto me pinchaban, el veterinario, pero nadie daba respuesta. Parece que me fui muy lejos.
Pasaron los meses y yo seguía en la calle viviendo de la caridad de algunas personas que nos echaban los desperdicios de sus comidas. Mi dueña había perdido toda esperanza de encontrarme. Eran ya casi 12 meses. Yo estaba enferma, sucia y desnutrida, pero un día la persona que se acercaba a echarnos un poco de comida se quedó mirándome y creo que me reconoció por la foto del veterinario. Esa persona llamó al número de teléfono diciendo que pensaba que había visto ese gato, aunque solo se parecía un poco. Era la víspera del día de Navidad. Al recibir esa llamada, todos se pusieron muy contentos, aunque ya habían recibido más de una falsa llamada. Pero toda la familia fue a ver si yo era realmente luna. La persona que llamó era una conocida. Tenían esperanza. Mi dueña me reconoció enseguida, no lo dudó y se acercó a mi y yo muy noblemente me dejé coger, ya nada me importaba, estaba muy mal. Aunque creí notar su mano amiga. Su olor me era muy familiar. Me llevó a casa. Ya sabía que había vuelto a mi hogar. Estaba feliz, había vuelto por Navidad. Lo primero que hizo fue darme un baño que yo agradecí. Ya me parecía mas a Luna. Todos estaban contentos. ¡Luna ha vuelto!
Me volvió a llevar al veterinario para comprobar por medio de un chic que llevaba puesto que realmente era yo. Se lo confirmaron. Por fin en casa. Nunca mas me volvería a ir.
Desde entonces estoy feliz y contenta en mi hogar. Aquí  me quieren, me miman, tengo mi cama, mi comida, y a mi familia. Ya no quiero aventuras, quiero mi hogar dulce hogar.

Todos los miembros de mi familia tienen una historia que contar, empezando por mi mamá. Sus comienzos fueron bastantes difíciles y peculiares. Seguiré con las historias de mi familia gatuna.


MARÍA PÉREZ GARCÍA