viernes, 23 de octubre de 2015

LA SATISFACCIÓN DEL CUIDADOR


Teresa era una mujer de cuarenta y cinco años, separada y con dos hijas, de catorce y diez años respectivamente. Ella trabajaba como administrativa en una empresa de pinturas, la cual fue a la quiebra y ella al paro. No podía pagar el alquiler de su casa y mantener a sus hijas, así es que decidió mudarse a vivir con su madre que estaba viuda y vivía sola.
Todo marchaba bien, pero ella notaba que el comportamiento de su madre no era el de siempre. Se enfadaba por pequeñeces y le gritaba, ella sabía que su madre nunca fue así. Un día en el supermercado se desorientó y no sabía volver a casa. Pensó que era la situación la que le llevaba a actuar de esa manera. Una noche en la cena se desató una conversación en la que no entendía nada, su madre estaba muy enfadada, le acusaba de robarle su cartilla para sacarle el dinero y gastarlo en cosas para las niñas. Se le perdieron las llaves y  pensaba que quería quedarse con su casa. Ella no entendía nada pero sabía que algo estaba ocurriendo.
Cuando se pasaba todo, su madre no recordaba nada de lo sucedido. Decidieron ir al médico. Este le hizo varias pruebas y cuando fueron a por los resultados, el diagnóstico fue fatal. Su madre tenía la enfermedad de Alzheimer y posiblemente hacía años. En ese momento cuando estaba escuchando al médico todo le sonaba raro, ella no sabía nada de dicha enfermedad.
Teresa se sintió perdida y experimentó diferentes emociones: coraje, rabia, pena, depresión y tristeza entre otras. La enfermedad ya llevaba muchos años instalada en el cerebro de su madre y se culpaba de no haberse dado cuenta antes.
Lloró mucho y se culpabilizo mucho, pero se convirtió en su cuidadora y eso le fue calmando su espíritu dañado. Decidió informarse y pedir ayuda, eso le hizo entender muchas cosas y el comportamiento de una madre que ha olvidado que tenía una hija y una vida. La información y el apoyo que encontró en asociaciones dedicadas a la ayuda de los familiares hizo que no se quemara como cuidadora, entendió que si ella se cuidaba su madre estaría mejor atendida. El cariño, la ternura y su amor  por ella hizo que su madre estuviera feliz, porque el amor y las caricias no se olvidan, aunque su cerebro tenga borrada toda una vida.
Teresa le reconfortaba  estar a su lado, aunque estuviera enferma seguía siendo ella, con sus días buenos y malos merecía la pena estar ahí, porque aún tenía muchas cosas valiosas de las que disfrutar.
Ser cuidadora es duro, pero  muchas veces tiene la mejor recompensa, que es estar junto a la persona que quieres, cogerle la mano, acariciar su cara y arrancarle una sonrisa de su rostro perdido.
Si tú te cuidas a ella la cuidaras mejor.
Dedicado a todas las cuidadoras/es.





MARÍA PÉREZ GARCÍA.

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