viernes, 6 de mayo de 2016

UN MARINERO EN LA ORILLA

UN MARINERO EN LA ORILLA

Francisco y Dondina eran un matrimonio, de un pueblo de pescadores en el norte de Galicia. Su mayor deseo era formar una familia con hijos, pero ya llevaban unos años casados y éstos no llegaban. El cariño que ambos se tenían, mantenían su esperanza viva. Francisco tenía una barca con la que salía a pescar diariamente para traer el sustento a la casa. Dondina era una ama de casa trabajando y teniendo a punto todos los días las redes para la pesca. Un día se sintió muy mal y no pudo ir a la playa donde cosían las redes. Decidió ir al médico porque aquel mal estar y mareos ya hacía tiempo que los tenía.
Cuando Francisco volvió a casa, Dondina lo esperaba con una amplia sonrisa y un papel en la mano. Le dijo que ese niño que tanto deseaban ya estaba en camino. Él continuaba día a día su labor y ella se cuidaba al máximo para la llegada de su bebé.
Un catorce de mayo llegó al mundo un hermoso niño, al que le pusieron de nombre Jesús, Chus para los amigos.
            Los años pasaron y el niño crecía entre redes y barquillas, todos sabían que de mayor le gustaría ser pescador como su padre. A su madre no le gustaba demasiado la idea de que su niño fuera al mar, pero este disfrutaba yéndose con su padre en la barca.
            Así creció, y su amor por la pesca se quedó con él hasta hacer de éste su oficio.
Cada atardecer la mujer, despedía a su marido y a su hijo en la orilla, con miedo en el corazón, pues el mar no siempre era calmado y apacible. Francisco se sentía muy orgulloso de poder trabajar con su hijo.
Aquella tarde cuando embarcaron, ya el tiempo estaba revuelto y pronosticaban tormenta, pero eso no los detenían. Era su trabajo y el pan de cada día. Estando en alta mar, la tormenta llegó, el agua cada vez más brava, invadía su barca. Francisco le gritaba a su hijo que achicara más rápido. Las olas eran tan grandes que la barquichuela parecía una cascara de nuez. Padre e hijo estaban agotados. No era la primera vez que el mar les demostraba su fuerza, pero esta vez todo parecía distinto. Veían como se acercaba una gran ola entre las bravuras de las aguas y el oscuro cielo que tan solo se iluminaba entre aquellos destellantes relámpagos. Ellos se miraron aterrados, pero no por eso dejaron de achicar. Ya estaba cerca esa gran montaña de agua, cuando de pronto la pequeña barca fue engullida. Francisco y Chus se abrazaron, pero la fuerza de la tormenta arrancó de los brazos del marinero a su hijo. Su esfuerzo fue en vano, pudo ver entre relámpago y relámpago como su hijo se defendía de la furia marina, él hacía lo mismo, pero siempre intentando acercarse a su hijo.
            La tormenta fue fuerte pero no duró mucho, pronto el viento cesó y las aguas se tranquilizaron. Francisco pudo resistir agarrado a un madero que se cruzó en su lucha con las olas. Su grito fue desgarrador:
            -Chuuuuusss, Chuuuuuusss.
Estuvo nadando hasta que ya no sabía si tenía brazos y cuerpo. No podía ver a su hijo. Una barca amiga lo recogió exhausto y desvalido.
Cuando llegaron a puerto, su mujer lo esperaba con las manos y brazos abiertos y una mirada esperanzadora. Lo abrazó y besó, pero pronto lo separó de ella para buscar a su hijo entre los que se bajaban de la barca. No podía verlo, no lo encontraba. Volvió a su marido y sacudiéndolo por los hombros le gritaba:
- ¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está? Contéstame.
Francisco quiso abrazarla, pero ella cayó desvalida de dolor.
Desde entonces el matrimonio nunca fue igual. Dondina culpaba una y otra vez a su marido por no cuidar y proteger a su hijo. Francisco cada tarde, cada día o cada noche salía con su barca a buscar a Chus, pero nunca lo pudo encontrar.

 Pasaron los años y él seguía saliendo al mar. Cuando estaba en tierra se iba a la orilla, se sentaba en la arena con la mirada fija en el horizonte. Su mirada estaba llena de soledad, paciencia y espera. Había pasado tantos días y tantas noches solo en el mar que ya él era un poquito de mar. 


MARÍA PÉREZ GARCIA.14/04/2016

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