Admiro la
gran montaña.
La contemplo imponente, silenciosa y sabia. Poderosa y eterna, me cautiva su misterio. Me gustaría entender los
entresijos de sus entrañas. El misterio y la vida que guarda en su interior me hacen
sentir un gran respeto. Yo me pregunto ¿Por qué algunas mentes quieren hacerle
daño?, romper su piel, secar su sangre, apagar su aliento.
Su flora y
su fauna tampoco entienden que es lo que pasa, tan solo pueden correr sin saber
ni adonde ni por qué.
Corre corre, pero ¿para qué? si el final será el mismo,
el precipicio está ahí y todos llevan la misma dirección.
El viejo árbol
centenario no puede huir. observa con ojos de corteza milenaria, como todo lo que ha conocido se dirige al abismo.
Sus ramas tiemblan, sus hojas se entregan al viento, pero éste pesa, es
denso. Ya no es vida.
El centenario roble queda solo y desvalido. tan solo siente el calor de la
maldad que desde sus raíces hasta el cielo lo abrasan.
El ave rapaz alza sus alas majestuosas, pero se ve incapaz, la oscuridad, el viento pesado y ardiente le impiden poder despegar.
Y ante estas visiones que desfilan por mi mente, yo me pregunto:
¿Cómo se
puede disfrutar con el sufrimiento ajeno? ¿ Como es posible hallar placer en la destrucción?
MARÍA PÉREZ
GARCÍA
Me duele ver como arden los árboles, como mueren los que entre ellos viven.
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