lunes, 11 de diciembre de 2017

SUMIDA POR UN ENGAÑO



Aquella noche Irene quedó liberada de lo que fue una vida de engaño y sacrificio. Decía adiós a la persona con la que un día se unió y pensó que sería para siempre. Cuando se casó con Andrés estaba tan enamorada que podrían solucionar todos los problemas que vinieran.
            Al poco tiempo de casados, empezó a notar que el sueldo que Andrés debería traer a casa no llegaba, aunque él si se iba a diario a trabajar. Con el sueldo de ella cubría los gastos de su hogar.
Al poco tiempo quedó embarazada. La alegría en la pareja era infinita, pero Irene a los dos meses empezó a sentirse mal y a sangrar. Su hijo corría peligro, pero todo se podría solucionar con reposo absoluto.
Así fue. Irene se quedó en casa y Andrés se fue a trabajar, pero el dinero seguía sin llegar. Pidió explicaciones, pero éste nunca se las dio.
            Pasaron los meses y el casero no les daba ya más plazo para pagar el alquiler. Con lo poco que le daban por su baja, mal comían, pero para pagar luz y alquiler no llegaba.
Pronto se vieron en la calle sin un techo que les cobijara. Se tuvieron que trasladar al pueblo cercano de Andrés, donde su madre les dio cobijo. Irene nunca esperaba que su madre política la trataría tan mal. Le decía que era una mal criada y que el pobre de su hijo tenía que trabajar para mantenerla.
-Todas las mujeres han estado embarazadas y han trabajado. Levántate y trabaja. Le decía la suegra.
Tuvo que levantarse y trabajar como sirvienta en una casa de unos ricos señores. Allí trabajó cocinando y fregando suelos, hasta que un día un intenso dolor y un rio de sangre bajó por sus piernas. Se dio cuenta que su hijo se desprendía de ella sin vida.
¡Así fue como perdió lo único que le importaba!
 Andrés la culpaba por perderlo y decía que era una mala madre. Ella lloraba de dolor e impotencia. Pero hasta eso lo tenía prohibido.
-No llores tanto y trabaja más, ya tendrás otros. No gastes más lagrimas.
- ¡Quiero gastarlas! ¡Son mis lágrimas y las gastaré si quiero!
            Cuando Irene se recuperó pensó en seguir a Andrés y averiguar algo de su oscura y doble vida. Descubrió que era un traficante de drogas y que el dinero que cobraba se lo gastaba en juegos y mujeres, nada para su casa. Con lágrimas en los ojos pensó que algo tenía que hacer y terminar con todo aquello de una vez. Se fue a comisaría y lo denunció.
            Y fue aquella noche cuando en plena cena llegó la policía y se llevó preso Andrés. Su madre lloraba al ver a su hijo esposado y conducido a la cárcel. Entonces Irene dijo:
-No llores tanto que tu hijo seguirá vivo.
-Tu eres la que ahora tendrías que llorar.
-Ya le dije que son mis lágrimas y que las gastaré si quiero, y éste no es el momento.
 Cogió sus cosas y se fue lejos de aquella casa y de aquella familia.




MARÍA PÉREZ GARCÍA

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