sábado, 7 de abril de 2018

EN BUSCA DE LOS RECUERDOS




La adolescencia siempre se vive y se recuerda como una etapa de la vida en la que no estas contento ni conforme con nada. Sin embargo, para mí fue la mejor de mi vida. Estaba con Isabella, una chica guapa, alegre y derrochando frescura. Todos los veranos venía al pueblo a estar con los abuelos. Ella vivía en Madrid, sus padres tuvieron que marchar en busca de un futuro. Allí nació ella y sus hermanos. Cuando llegaba junio sus padres los mandaban al pueblo a pasar el verano. Éramos mas que buenos amigos, desde pequeños estuvimos juntos. El tiempo pasaba muy rápido cuando estaba con ella, los veranos con sus largos días, para nosotros se hacían cortos. Nuestra niñez y adolescencia la pasamos así, tres meses juntos y el resto unidos a través de dulces cartas, que conforme crecíamos esas cartas eran de amor, claro y sincero. Nos prometimos que un día nos juntaríamos sin importarnos el lugar. Cada vez que junio llamaba a la puerta nuestras vidas brillaban como los colores del arco iris. En los ojos de Isabella se podían ver unos puntitos brillantes donde se reflejaban la alegría y la emoción de nuestro encuentro.
Aún recuerdo aquel día de septiembre cuando nos despedimos en la cafetería de la estación. Pronto nos volveríamos a ver. Ella me dio la cinta de su pelo para que no olvidara su perfume, yo le di la última rosa del rosal para que no olvida la belleza de nuestro amor. Nuestras cartas seguían manteniéndonos vivos y unidos, pero de pronto esas cartas no llegaban., y las mías no eran contestadas. Algo pasaba. Me fui a Madrid en busca de ella, y me llevé una sorpresa cuando me dijeron que Isabella se marchó con sus padres fuera del país. ¿Porqué nunca me dijo nada? ¿Porque no me hablo de esos planes? Miles de preguntas inundaban mi cabeza, pero yo no tenía repuestas para ninguna. Volví a casa como alma en pena. Todo estaba triste y gris. Siempre esperando una noticia, una carta, una señal. Si los abuelos vivieran ellos me informarían, pero ni eso estaba a mi favor. Desapareció como una gota de agua, pero nunca de mi corazón.
Los años pasaron y nunca mas supe de ella. Mi vida era monótona. Un día sentado en aquella vieja cafetería algo me hizo levantar la cabeza. Miré hacia la puerta y asombrado la vi entrar ¡Era ella! ¡Mi amor!  Me precipité a su encuentro arrollando cuanto había a mi paso. Cuando llegué a su lado cogí suavemente su mano sin dejar de mirar sus ojos esperando ver en ellos los puntitos brillantes que siempre se habían desprendido cuando estábamos juntos. No ocurrió así. En su mirada asombrada solo puede leer: ¿Quién es esta persona? ¿Por qué se muestra tan amble? Algo pasaba por su cerebro que no le permitía recordar nada. La acompañaba una joven muy parecía a ella en su juventud. Me presenté como un viejo amigo de la familia y la joven me dijo que era hija de Isabella, y que estaba enferma. Han vuelto al pueblo después de la muerte de su marido para que ella viva de una forma más tranquila.
 Pedí a su hija que me permitiera acompañarlas. Pensé que si paseábamos por los lugares donde fuimos tan felices algo sucedería en su debilitado cerebro. La cogí de la mano y recorrimos juntos nuestros maravillosos paseos. Le corté una rosa y se la di, de pronto vi como un rallo de luz en su mirada. Entendí que algo había sucedido. Mi mano y la suya unidas, se que no me recuerda, pero mi cariño le llegará a lo mas hondo de su ser. La ternura y el afecto nunca se olvida y yo le ayudaré a recorrer este duro camino, porque ella siempre será mi amor y así se lo haré entender. Ella será siempre Isabella.






MARÍA PÉREZ GARCÍA

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