viernes, 24 de febrero de 2012

Recuerdos en una cocina



     Yo vengo de una gran familia, cuando digo gran familia es porque en casa somos muchos, tengo cinco hermanas y a la vez mi madre tiene otros tres hermanos.
Cuando nos juntábamos todos, nuestra casa era una fiesta. La cocina era el refugio de toda la familia. Mi madre había hecho de esta habitación el lugar más acogedor de  la casa, allí solía pasar la mayor parte de su tiempo, y nosotros con ella. La cocina se distribuía así:
      Entramos y al fondo está esa acogedora chimenea, donde arden con fuerza los palos en la lumbre desprendiendo calor hogareño. A la izquierda de la entrada se alinean una pared de rústicos muebles donde se destaca la gran hornilla, casi siempre repleta de cazuelas donde la abuela hacía las comidas mas sabrosas. A la derecha de la puerta y cercana a la ventana la flamante espetera con una docena de cazos de porcelana esperando su turno para desarrollar alguna buena receta, y en el centro brillando como una joya está la reluciente almirez. Todo el ajuar de la abuela, recuerdos que ahora han dejado de serlo para ella.
     Mi madre era la mayor de sus hermanos, y había heredado sus costumbres. Ésta le encantaba reunir a todos sus hijos y nietos alrededor de la gran mesa, y todos los domingos y fiestas de guardar, después de misa, todos mis primos y tíos solíamos comer juntos en su casa. Ella, siempre preocupada por si comíamos suficiente y bien.
Llenábamos de luz y alegría la casa de mi abuela, que aunque ya cansada y fatigada por el tiempo no perdonaba estas reuniones.
     Ahora mi madre había ocupado su sitio. La abuela estaba sentada en su vieja mecedora, en sus pies le ronronean dos gatos, ya no quiere cocinar, no entiende el porqué de estas reuniones que la ponen a ella tan nerviosa. Nuestros saludos al llegar eran un momento comprometido para ella.
     -¡Que alegría verte! Les decimos en tono cariñoso mientras le damos un abrazo. Ella nos miraba con cara de no entender y buscaba refugio en la mirada de mi madre que estaba a su lado.
     -¿Por qué viene tanta gente a esta casa y hacen tanto ruido? 
 No me gusta nada el lío que se forma siempre , y esos niños no los aguanto con sus risas estúpidas.Decía con voz angustiada.
     La abuela llevaba ya mucho tiempo sentada en ese sillón viendo los días pasar pero sin sentido alguno, estos días le habían adormecido el alma. No quería saber nada, ni entendía nada.  
Mi madre, cuando veía que se ponía tan nerviosa alrededor de la cocina, le hacía recordar que esos eran sus hijos y sus nietos, pero su mente no llegaba a rememorar nada, solo tenía un gran vacío.
     Anoche mientras todos estábamos cenando  se puso muy nerviosa, decía que  no sabia quienes éramos y que ella no tenia nietos.
     Yo (su nieta pequeña) le cogí su arrugada mano, la apreté junto a la mía y le miré a los ojos, ella a su vez me miró y su boca dibujó una leve sonrisa. Con voz entrecortada me dijo:
     -Por cierto, ¿has comido?
 El silencio se hizo entre las dos, y éste dijo mucho más que ninguna palabra.



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