martes, 6 de marzo de 2012

ENTRE PENUMBRAS


ENTRE PENUMBRAS
Una  habitación con dos candelabros encima de un tocador del salón. Son las tres de la mañana, las campanas del reloj están sonando.
Los candelabros tienen cada uno cinco velas, y están ya casi la mitad apagadas, pero las otras siguen encendidas.
Pepita (madre de Rubén) las deja encendidas todas las noches porque sabe que su hijo volverá tarde, y un poco pasado con el alcohol, no quiere que dé tropezones con los muebles de la casa y despierte a su padre, porque éste se enfada mucho cuando ve que viene bebido, le da por pegarle a él y a ella si se pone en medio.
Cuando Rubén  entró en la casa, pasó por el salón para ir a su habitación. Al trasluz de las velas, su silueta semejaba a una rama azotada por el viento, casi no podía tenerse en pie. La claridad de las lamparillas que alumbraban sobre esos candelabros, desvelaron la figura de un rostro desfigurado por una brutal paliza. Él la observó durante unos instantes intentando equilibrarse en el respaldo de una silla.  ¡Jo, tío! ¡Qué peo más grande llevo! ¡Estoy viendo la cara de esa puta en el sofá de mi casa!. Pero si no puede ser, si la he dejado caos. ¡Cómo gritaba la muy cerda!, pero nos lo hemos pasado  pipa, por fin he podido experimentar nuevas y fuertes sensaciones. ¡Qué alucine!
Pero su alucine no había terminado, la cara de su víctima estaba por toda la habitación entre  penumbras. Rubén se volvía loco intentando borrar, esa maldita cara de su mente. Daba tropezones y fuertes golpes a paredes y muebles. De nuevo sacó su navaja, pensó que su faena la había dejado a medias y ya tenía que terminarla.
Entre tanto barullo Pepita salió a la habitación intentando calmar a su hijo, pero éste, ciego por la embriaguez y la rabia acuchilló a Pepita.
Ésta cayó al suelo, y Rubén gritó ¡Joder, por fin acabo contigo!

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