martes, 5 de marzo de 2019

LA LLUVIA DEL AYER.






Es una bonita tarde de primavera, me apetece dar un paseo por la playa. Tengo a mi nieta en casa que quiere correr y jugar con la arena.
 Cogemos nuestras paletas y nos vamos a jugar. Los niños tienen mucha energía y pronto acaba con la mía. Me siento en la orilla mirando el horizonte y disfrutando de la suave caricia marina que alborota mi pelo. A lo lejos veo una nube que amenaza tormenta.
- Pronto lloverá, pensé.
 Y mirando esa nube que cambia de figura según mi imaginación, llegó la lluvia, pero no llegó del cielo o del oeste. Volvió de mi infancia. Mis recuerdos llegaron como una ráfaga de viento marino. Me vi pidiéndole a mi padre ver el mar.
         
      Vivíamos en un pequeño pueblo lejos de la costa, el mar no estaba a nuestro alcance para poder visitarlo. Frente a nuestra casa había unos grandes cerros, secos y sin vegetación, tan solo matas de esparto esparcidas por todos lados. Yo era pequeña y tenía mucha curiosidad por saber que había detrás de esos grandes cerros. Yo los veía enormes.
-Papá ¿Qué hay detrás de esos barrancos tan grandes?
-Mas barrancos
-No puede ser, el mar tiene que estar ahí, detrás de ellos.
-No hija, solo hay más cerros.
Mi desilusión fue grande, pero yo no me lo creía.

Un día que estábamos todos en el campo, a los pies de esos barrancos. Me armé de valor y crucé la línea que separaba, la tierra fértil de la tierra árida y seca. Tenía mucho miedo, las piernas me temblaban, pero yo seguía subiendo y subiendo, hasta que llegué a la cima. Estaba feliz, lo había conseguido. Miré hacia el horizonte y el cielo se juntaba con la tierra, pero esa tierra tan solo tenía, cerros y más cerros. Mi padre tenía razón. ¡Que desilusión y tristeza!. Cuando bajé, después de llevarme una regañina por la aventura, le comenté que no había podido ver el mar, que tenía razón, pero que yo deseaba verlo. Mi padre me miró tiernamente y me dijo, que él me llevaría.

Pasaron bastantes años, y ese día llegó. Por fin lo vería. Tras varias horas de viaje, llegamos a una preciosa ciudad. Todo era enorme, había muchos coches y edificios muy grandes, gente de un lado a otro. Todo era muy extraño para mí. Llegamos al puerto y por fin pude verlo. Tuve una rara sensación, mucha agua  con una gran profundidad. No era lo imaginado por mí.
- ¡Mira que barco más grande!
- ¿Dónde?
- Ahí, ¿no lo ves?
- No, solo veo gente de un lado a otro y tengo miedo de acercarme al agua. El insistió en que mirara el barco. Lo tenía delante de mí, pero era tan grande que no lo veía. Pensé que era uno de esos grandes edificios.
 A la mañana siguiente, me llevó a la playa. Entonces si disfruté de esas vistas que la naturaleza te ofrece. Me acerqué a la orilla y vi como las olas suavemente venían a saludarme, se iban y volvían a venir entonando una bella canción al romper cerca de mí. ¡Qué grande era!, aquí el cielo se confundía con el mar. Todo un espectáculo para mis ojos.
Esa tarde sentada en la arena, y viendo el baile de las olas, disfruté de una fina lluvia del ayer.

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